Arucas es
hoy en día, y a decir verdad siempre lo ha sido, una ciudad acogedora,
entrañable, limpia y atractiva, no solo para los habitantes del municipio, sino
también para todos aquellos que nos visitan, tanto si son de la isla, del resto
del archipiélago o son producto nacional o extranjero, porque todos quedan
impresionados y enamorados de lo que es nuestro municipio y las grandes
virtudes que tiene, tanto en el terreno agrario, paisajístico, ornamental, arquitectónico, social , cultural, etc. etc. Hoy
tenemos una Arucas plena de luz y alegría en todos los rincones. Puedes cruzar
el municipio de banda a banda, casi sin encontrarte con ninguna zona de sombras
por falta de iluminación.
Quizá una
de las zonas que mejor acogida ha tenido, es la zona de la charca camino hacia
Visvique, lo que al común de los vecinos se le ha dado por llamar “la ruta del
colesterol”, por ser una zona destinada al paseo de los transeúntes, bien
caminando, corriendo, haciendo footing, o cualquier otro tipo de ejercicio que
ayude de alguna manera a rebajar un poco la grasa sobrante, eliminar los
michelines, aminorar el nivel de colesterol en la sangre , templar tensiones y
la regulación de los triglicéridos. En definitiva, una zona que nos ayuda a
llevar una vida un tanto más deportiva y por tanto más sana por aquello de
“mens sana in corpore sano” que diría Pio XII.
Una zona
que, aparte de servirnos para hacer algo de deporte, se puede usar también
aunque solo sea para dar un simple paseo, saliendo de Arucas y llegando hasta
la entrada a Visvique y vuelta otra vez para Arucas. Un paseo agradable que
cubre las necesidades de los transeúntes, tanto de día como de noche, porque la
iluminación que tiene la zona, invita a dar esos paseos nocturnos, sin temor alguno
a cualquier percance. ¡Vamos!, que hay tan buena iluminación que, incluso,
podrías leer el periódico mientras te dedicas al paseo diario.
Pero... (naturalmente
tenía que haber un pero), no siempre ha sido así la zona. No siempre ha estado
tan iluminada, ni siempre se ha podido transitar por la misma con la seguridad
con que se transita hoy en día, no solo a nivel de seguridad humana, sin temor
a ninguna molestia por parte de cualquier otra persona, sino la seguridad a
nivel de tráfico rodado, pues hoy los transeúntes van por una vía y el tráfico de
vehículos va por otra completamente diferente, sin molestar a los paseantes o
los que van a correr, hacer footing o cualquier otro ejercicio propio para
sudar un poco y eliminar unas cuantas calorías y las consiguientes grasas superfluas.
Antiguamente
era otra cosa muy distinta. Saliendo de Arucas, el último punto de luz estaba a
la altura del Pino y el siguiente no lo venías a encontrar hasta la llegada a
Visvique, exactamente donde está el mojón del kilómetro 1. Y no vayan a creer
que eran focos de 3.000 o 4.000 vatios,
que dieran una iluminación excepcional, ¡que va!, eran unos simples bombillitos
de 100 ó 150 bujías, que en la oscuridad de la noche no te permitían ver mucho
más allá de tus narices.
Con este
panorama imagínense como era el transitar por la carretera de Arucas a
Visvique, sobre todo en noches de luna nueva.
Cuando era tiempo de luna llena, con la claridad de la luna, más o menos
nos defendíamos y podíamos tirar carretera adelante, pero con luna nueva, a
oscuras, ¡aaamigos!, eso era otra cosa bien distinta. Ibamos dando tumbos y
poco menos que caminando de oído, porque no veíamos absolutamente nada y solo
de vez en cuando, al pasar algún que otro coche, bien particular o taxi,
podíamos ver a lo lejos y hacernos una composición de lugar, viendo el terreno
que pisábamos.
Caminabas
por el centro de la carretera y solo cuando veías venir algún coche, te echabas
a un lado, para volver al centro una vez pasado el vehículo en cuestión. Lo de
caminar por el centro de la carretera, no era un mero capricho, no señor. Se
debía más bien al respeto que imponía la oscuridad reinante y el caminar entre
plataneras por un lado y por otro y el dispararse la imaginación, pensando en
un sinfín de situaciones de posibles, aunque no reales, atracos y un sinfín de
historias, fruto todas ellas de tu más o menos desarrollada imaginación.
Ya se
sabe que la imaginación es libre y cuando uno va caminando solo en la noche,
con plataneras por un lado y plataneras por otro, una simple hoja de platanera
colocada en una situación determinada, la imaginación te la hace ver como a una
persona agazapada, a la espera de hacerte daño a tu paso.
Vas
caminando y el vaivén de las hojas, mecidas por la suave brisa nocturna te hace
ver movimientos de personas, que solo existen en tu mente y para colmo, si esa
brisa, esa ventisca que pueda haberse levantado, es suficiente como para partir
una hoja, no te puedes imaginar la cascada de situaciones que se producen. Cuando
oyes ese chasquido al partirse la hoja a tus espaldas, una corriente eléctrica
te recorre todo el cuerpo, los pelos se te erizan, un suave sudor frío te baña de
arriba a abajo, la carne se te pone de gallina, el organismo te empieza a
segregar adrenalina en cantidades industriales, los esfínteres empiezan a
perder el control, alguna gotita se te escapa y como Dios te da a entender y
sacando fuerzas y valentía de donde no las hay, empiezas a acelerar el paso sin
disimulo alguno y, mientras trincas las nalgas una contra otra, mirando atrás
de vez en cuando pensando que alguien te persigue, cuando te das cuenta ya casi
estás corriendo.
El
peligro ha pasado. Posiblemente, alardeando de valiente, incluso comentes con
algún amigo la odisea vivida y con qué arrojo y valentía la solventaste. Por
supuesto que, en tu relato, omitirás las gotitas que se te fueron por el
pantalón y la carrera de niño asustado que te pegaste. Lo más probable era que,
al día siguiente al pasar por el mismo sitio, tú mismo te dieras cuenta de que,
lo de la noche anterior, fue todo fruto de tu imaginación, al ver la hoja o la
platanera partida y caída en el suelo. Posiblemente alguna sonrisa maliciosa se
te escapara al comprender lo ridículo de la situación creada.
Pues
bien, esa carretera que más o menos a grandes rasgos he tratado de describir,
era tal y como la he explicado.
Cuando
ibas en grupo de dos o más personas, la pasabas más o menos bien, pero en
solitario y a lo oscuro, se hacía eterna, parecía que nunca acababa y que,
cuanto más caminabas, más se alejaba el horizonte a conquistar, a cada
movimiento de hojas, cada sombra que pasaba al moverse las plataneras por el
viento, hacían que por tu imaginación y en cuestión de décimas de segundos
pasasen un sinfín de ilusorias historias y situaciones ridículas. Cuando
caminabas hacia Visvique, más o menos aguantabas bien, porque por aquellos
tiempos (estamos hablando de la década de los 60 ) aunque todavía la iglesia de
Arucas no tenía la iluminación que hoy
tiene, si es verdad que ya contaba con bastantes luminarias, aparte de las
propias de la iluminación del casco de la ciudad y ¡naturalmente! al ir
caminando hacia Visvique, esas luces las tenías a tus espaldas con lo cual,
hacia delante algo veías, no mucho, pero sí lo suficiente para orientarte.
Lo malo
era venir de Visvique hacia Arucas. En este caso las luces de la iglesia y del
casco de la ciudad las tenías de frente, con lo cual no solo no te alumbraban
ni te servían para nada, sino que, al contrario, el efecto que producían era de
deslumbramiento y por tanto no te permitían ver nada delante de tí, caminando a
ciegas y poco menos que dando tumbos.
Esa
carretera, yo la tenía que transitar casi todos los días y (por supuesto) casi
todas las noches, tanto en un sentido como en otro, unas veces acompañado y
otras veces en solitario y les puedo jurar que he sentido todas las sensaciones
que anteriormente he detallado y algunas más que, por vergüenza torera, más
vale callar. A veces había suerte, pues la mayoría de los taxistas de Arucas
eran conocidos y cuando regresaban de realizar algún viaje a Santa Flora o Los
Portales, al ver caminando a una persona camino de Arucas, la mayoría de ellos
paraban y te arrastraban hasta la parada. Ellos habían hecho el viaje y lo
habían cobrado, pero tenían que volver de vacíos, por lo cual siempre o la
mayoría de las veces te hacían ese favor de arrastrarte hasta el centro del
casco donde tenían la parada. Magníficos taxistas hubo en Arucas y excelentes
personas: Juanito Hernández, Manolo Darias, Paquito Hernández, Juan Cardona, Paulino,
Antonio Berrocal, etc. etc. un sinfín de nombres de taxistas, cuya enumeración
sería muy extensa. Valga el citar solo a estos, en representación de todo un
magnífico gremio, como ha sido y es el gremio de taxistas de Arucas.
Por
aquellos tiempos yo tenía a mi novia que vivía en Visvique (hoy es mi mujer y
con la que llevo casado más de tres décadas). En su casa había nada menos que
siete hermanas, de las cuales cinco tenían novio. Los domingos veníamos al
Paseo y luego quedábamos para ir todos juntos a la vuelta. Lo hacíamos en grupo
carretera adelante, grupo que solo se rompía para ponernos en fila india,
cuando venía un coche y luego volver a agruparnos por aquello de que “el miedo
si es compartido, siempre toca a menos” y vean como son las cosas, después de
detallar lo que he detallado antes sobre las figuras de las plataneras, las
imágenes que te hacen concebir las sombras de las hojas movidas por el viento o
la percepción de algún sonido extraño, lo cierto es que a pesar de ir en grupo,
nadie quería quedarse el último por el respeto que imponía la situación.
A la
vuelta veníamos todos los novios juntos hasta Arucas, donde cada uno tomaba sus
correspondientes derroteros. Uno de los novios, a veces traía coche, con lo
cual nos llevaba a los demás hasta Arucas. Luego él seguía para Las Palmas de
Gran Canaria y los demás en Arucas, nos repartíamos cada uno a su territorio
familiar.
Esto era
lo más común, el venir todos juntos, pero había veces (yo diría que bastantes),
en que yo tenía que volver solo y ahí había que echarle valor al asunto. Recuerdo
que en cierta ocasión había acompañado a mi novia hasta su casa. Allí estuvimos
largo tiempo e incluso recuerdo haber jugado una partida de dominó con el padre
y el tío de mi novia. A una hora determinada emprendí camino de regreso hacia
Arucas (yo vivía en la Hoya de San Juan, completamente al lado contrario).
Recuerdo
que aquel día vestía un traje oscuro, pantalón y chaqueta, y por tanto se
pueden imaginar que en una noche de luna nueva, con traje oscuro, era imposible
distinguirme en la negrura de la noche. Yo venia caminando hacia Arucas, no por
el lado de las plataneras (¡eso, ni de coña!), sino por el otro lado, donde
había un muro que todavía hoy existe y que es el límite interno de la ruta del
colesterol. Con la negrura de la noche, las luces de la ciudad y de la iglesia
dándome en la cara con lo cual me deslumbraban y no me permitían ver nada hacia
delante. Yo venía caminando a ciegas y poco menos que con el piloto automático.
Venía fumando un cigarrillo.
Al mismo
tiempo, otro señor, también vestido de oscuro caminaba en sentido contrario, es
decir desde Arucas hacia Visvique, traía zapatos con goma por debajo lo que le
permitía no hacer ruido al caminar. El me veía a mí, pues aparte de traer las
luces a su espalda, al yo traer el cigarrillo encendido, la brasa de cigarro me
delataba. Yo a él
ni le veía, (con las luces de frente y su traje oscuro era imposible) ni le oía,
pues sus zapatos no hacían ruido al tener piso de goma.
En
definitiva, por diversas circunstancias, el me veía a mi pero yo a él, ni
imaginármelo. Pues a
todas estas, imagínense vds. que cuando él llegó a mi altura, acercándose a mí,
con una voz bronca y resonante, que en aquellos momentos me pareció de
ultratumba, me dice: “¿Me da fuego, por
favor?”. Yo quedé sobrecogido, un sentimiento de miedo y de terror recorrió
mi cuerpo, los pelos de punta, el cuerpo sudoroso, los nervios a punto de
estallar y... ¡estallaron!. Pegué un grito espeluznante, que lo tuvieron que
oir en Teror: ¡¡¡Mamáááá!!! y con la misma eché a correr en dirección a
Visvique.
El señor
que me había pedido fuego, naturalmente no se esperaba mi reacción y también
quedó atenazado y petrificado por la situación. Se asustó él también y al grito
de ¡¡¡Mamááá!!!, más fuerte que el mío, echó a correr hacia Arucas.
La
situación, ridícula y simpática al mismo tiempo, duró solo unos segundos, los
suficientes para que los dos comprendiéramos lo ocurrido y de inmediato, él por
una parte y yo por otra, los dos nos echamos a reír y vaya que si reímos, lo
hicimos durante un buen rato y a mandíbula batiente. Hicimos algunos
comentarios jocosos sobre el momento, le facilité el fuego, para su cigarro,
que me había pedido, nos saludamos y a renglón seguido él continuó su ruta
hacia Visvique y yo la mía hacia Arucas, una ruta que felizmente pude completar
sano y salvo, pero que al cabo de un rato, cuando ya los nervios se habían
“asentado”, cuando ya el cuerpo, repuesto del susto y de la situación vivida,
volvía a coger su temperatura normal, una sensación de humedad y calor al mismo
tiempo, empezaba a manifestarse por la zona de las entrepiernas, los muslos y
las piernas hasta los mismísimos zapatos.
Algo me dio a entender que, en el
fragor de la situación vivida, con el susto y la carrera incluidos, sin que ni
tan siquiera me hubiese dado cuenta, ¡me había meado en los calzones!,
así mismo tal y como lo cuento.
Armando Ramírez Sarmiento © 2004
Armando Ramírez Sarmiento © 2004
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