miércoles, 23 de mayo de 2012

Humor en las sombras


Arucas es hoy en día, y a decir verdad siempre lo ha sido, una ciudad acogedora, entrañable, limpia y atractiva, no solo para los habitantes del municipio, sino también para todos aquellos que nos visitan, tanto si son de la isla, del resto del archipiélago o son producto nacional o extranjero, porque todos quedan impresionados y enamorados de lo que es nuestro municipio y las grandes virtudes que tiene, tanto en el terreno agrario, paisajístico,  ornamental, arquitectónico, social ,  cultural, etc. etc. Hoy tenemos una Arucas plena de luz y alegría en todos los rincones. Puedes cruzar el municipio de banda a banda, casi sin encontrarte con ninguna zona de sombras por falta de iluminación.

Quizá una de las zonas que mejor acogida ha tenido, es la zona de la charca camino hacia Visvique, lo que al común de los vecinos se le ha dado por llamar “la ruta del colesterol”, por ser una zona destinada al paseo de los transeúntes, bien caminando, corriendo, haciendo footing, o cualquier otro tipo de ejercicio que ayude de alguna manera a rebajar un poco la grasa sobrante, eliminar los michelines, aminorar el nivel de colesterol en la sangre , templar tensiones y la regulación de los triglicéridos. En definitiva, una zona que nos ayuda a llevar una vida un tanto más deportiva y por tanto más sana por aquello de “mens sana in corpore sano” que diría Pio XII.

Una zona que, aparte de servirnos para hacer algo de deporte, se puede usar también aunque solo sea para dar un simple paseo, saliendo de Arucas y llegando hasta la entrada a Visvique y vuelta otra vez para Arucas. Un paseo agradable que cubre las necesidades de los transeúntes, tanto de día como de noche, porque la iluminación que tiene la zona, invita a dar esos paseos nocturnos, sin temor alguno a cualquier percance. ¡Vamos!, que hay tan buena iluminación que, incluso, podrías leer el periódico mientras te dedicas al paseo diario.

Pero... (naturalmente tenía que haber un pero), no siempre ha sido así la zona. No siempre ha estado tan iluminada, ni siempre se ha podido transitar por la misma con la seguridad con que se transita hoy en día, no solo a nivel de seguridad humana, sin temor a ninguna molestia por parte de cualquier otra persona, sino la seguridad a nivel de tráfico rodado, pues hoy los transeúntes van por una vía y el tráfico de vehículos va por otra completamente diferente, sin molestar a los paseantes o los que van a correr, hacer footing o cualquier otro ejercicio propio para sudar un poco y eliminar unas cuantas calorías  y las consiguientes grasas superfluas.

Antiguamente era otra cosa muy distinta. Saliendo de Arucas, el último punto de luz estaba a la altura del Pino y el siguiente no lo venías a encontrar hasta la llegada a Visvique, exactamente donde está el mojón del kilómetro 1. Y no vayan a creer que eran focos de 3.000  o 4.000 vatios, que dieran una iluminación excepcional, ¡que va!, eran unos simples bombillitos de 100 ó 150 bujías, que en la oscuridad de la noche no te permitían ver mucho más allá de tus narices.

Con este panorama imagínense como era el transitar por la carretera de Arucas a Visvique, sobre todo en noches de luna nueva.  Cuando era tiempo de luna llena, con la claridad de la luna, más o menos nos defendíamos y podíamos tirar carretera adelante, pero con luna nueva, a oscuras, ¡aaamigos!, eso era otra cosa bien distinta. Ibamos dando tumbos y poco menos que caminando de oído, porque no veíamos absolutamente nada y solo de vez en cuando, al pasar algún que otro coche, bien particular o taxi, podíamos ver a lo lejos y hacernos una composición de lugar, viendo el terreno que pisábamos.

Caminabas por el centro de la carretera y solo cuando veías venir algún coche, te echabas a un lado, para volver al centro una vez pasado el vehículo en cuestión. Lo de caminar por el centro de la carretera, no era un mero capricho, no señor. Se debía más bien al respeto que imponía la oscuridad reinante y el caminar entre plataneras por un lado y por otro y el dispararse la imaginación, pensando en un sinfín de situaciones de posibles, aunque no reales, atracos y un sinfín de historias, fruto todas ellas de tu más o menos desarrollada imaginación.

Ya se sabe que la imaginación es libre y cuando uno va caminando solo en la noche, con plataneras por un lado y plataneras por otro, una simple hoja de platanera colocada en una situación determinada, la imaginación te la hace ver como a una persona agazapada, a la espera de hacerte daño a tu paso.

Vas caminando y el vaivén de las hojas, mecidas por la suave brisa nocturna te hace ver movimientos de personas, que solo existen en tu mente y para colmo, si esa brisa, esa ventisca que pueda haberse levantado, es suficiente como para partir una hoja, no te puedes imaginar la cascada de situaciones que se producen. Cuando oyes ese chasquido al partirse la hoja a tus espaldas, una corriente eléctrica te recorre todo el cuerpo, los pelos se te erizan, un suave sudor frío te baña de arriba a abajo, la carne se te pone de gallina, el organismo te empieza a segregar adrenalina en cantidades industriales, los esfínteres empiezan a perder el control, alguna gotita se te escapa y como Dios te da a entender y sacando fuerzas y valentía de donde no las hay, empiezas a acelerar el paso sin disimulo alguno y, mientras trincas las nalgas una contra otra, mirando atrás de vez en cuando pensando que alguien te persigue, cuando te das cuenta ya casi estás corriendo.

El peligro ha pasado. Posiblemente, alardeando de valiente, incluso comentes con algún amigo la odisea vivida y con qué arrojo y valentía la solventaste. Por supuesto que, en tu relato, omitirás las gotitas que se te fueron por el pantalón y la carrera de niño asustado que te pegaste. Lo más probable era que, al día siguiente al pasar por el mismo sitio, tú mismo te dieras cuenta de que, lo de la noche anterior, fue todo fruto de tu imaginación, al ver la hoja o la platanera partida y caída en el suelo. Posiblemente alguna sonrisa maliciosa se te escapara al comprender lo ridículo de la situación creada.
Pues bien, esa carretera que más o menos a grandes rasgos he tratado de describir, era tal y como la he explicado.

Cuando ibas en grupo de dos o más personas, la pasabas más o menos bien, pero en solitario y a lo oscuro, se hacía eterna, parecía que nunca acababa y que, cuanto más caminabas, más se alejaba el horizonte a conquistar, a cada movimiento de hojas, cada sombra que pasaba al moverse las plataneras por el viento, hacían que por tu imaginación y en cuestión de décimas de segundos pasasen un sinfín de ilusorias historias y situaciones ridículas. Cuando caminabas hacia Visvique, más o menos aguantabas bien, porque por aquellos tiempos (estamos hablando de la década de los 60 ) aunque todavía la iglesia de Arucas no  tenía la iluminación que hoy tiene, si es verdad que ya contaba con bastantes luminarias, aparte de las propias de la iluminación del casco de la ciudad y ¡naturalmente! al ir caminando hacia Visvique, esas luces las tenías a tus espaldas con lo cual, hacia delante algo veías, no mucho, pero sí lo suficiente para orientarte.

Lo malo era venir de Visvique hacia Arucas. En este caso las luces de la iglesia y del casco de la ciudad las tenías de frente, con lo cual no solo no te alumbraban ni te servían para nada, sino que, al contrario, el efecto que producían era de deslumbramiento y por tanto no te permitían ver nada delante de tí, caminando a ciegas y poco menos que dando tumbos.

Esa carretera, yo la tenía que transitar casi todos los días y (por supuesto) casi todas las noches, tanto en un sentido como en otro, unas veces acompañado y otras veces en solitario y les puedo jurar que he sentido todas las sensaciones que anteriormente he detallado y algunas más que, por vergüenza torera, más vale callar. A veces había suerte, pues la mayoría de los taxistas de Arucas eran conocidos y cuando regresaban de realizar algún viaje a Santa Flora o Los Portales, al ver caminando a una persona camino de Arucas, la mayoría de ellos paraban y te arrastraban hasta la parada. Ellos habían hecho el viaje y lo habían cobrado, pero tenían que volver de vacíos, por lo cual siempre o la mayoría de las veces te hacían ese favor de arrastrarte hasta el centro del casco donde tenían la parada. Magníficos taxistas hubo en Arucas y excelentes personas: Juanito Hernández, Manolo Darias, Paquito Hernández, Juan Cardona, Paulino, Antonio Berrocal, etc. etc. un sinfín de nombres de taxistas, cuya enumeración sería muy extensa. Valga el citar solo a estos, en representación de todo un magnífico gremio, como ha sido y es el gremio de taxistas de Arucas.

Por aquellos tiempos yo tenía a mi novia que vivía en Visvique (hoy es mi mujer y con la que llevo casado más de tres décadas). En su casa había nada menos que siete hermanas, de las cuales cinco tenían novio. Los domingos veníamos al Paseo y luego quedábamos para ir todos juntos a la vuelta. Lo hacíamos en grupo carretera adelante, grupo que solo se rompía para ponernos en fila india, cuando venía un coche y luego volver a agruparnos por aquello de que “el miedo si es compartido, siempre toca a menos” y vean como son las cosas, después de detallar lo que he detallado antes sobre las figuras de las plataneras, las imágenes que te hacen concebir las sombras de las hojas movidas por el viento o la percepción de algún sonido extraño, lo cierto es que a pesar de ir en grupo, nadie quería quedarse el último por el respeto que imponía la situación.
A la vuelta veníamos todos los novios juntos hasta Arucas, donde cada uno tomaba sus correspondientes derroteros. Uno de los novios, a veces traía coche, con lo cual nos llevaba a los demás hasta Arucas. Luego él seguía para Las Palmas de Gran Canaria y los demás en Arucas, nos repartíamos cada uno a su territorio familiar.

Esto era lo más común, el venir todos juntos, pero había veces (yo diría que bastantes), en que yo tenía que volver solo y ahí había que echarle valor al asunto. Recuerdo que en cierta ocasión había acompañado a mi novia hasta su casa. Allí estuvimos largo tiempo e incluso recuerdo haber jugado una partida de dominó con el padre y el tío de mi novia. A una hora determinada emprendí camino de regreso hacia Arucas (yo vivía en la Hoya de San Juan, completamente al lado contrario).

Recuerdo que aquel día vestía un traje oscuro, pantalón y chaqueta, y por tanto se pueden imaginar que en una noche de luna nueva, con traje oscuro, era imposible distinguirme en la negrura de la noche. Yo venia caminando hacia Arucas, no por el lado de las plataneras (¡eso, ni de coña!), sino por el otro lado, donde había un muro que todavía hoy existe y que es el límite interno de la ruta del colesterol. Con la negrura de la noche, las luces de la ciudad y de la iglesia dándome en la cara con lo cual me deslumbraban y no me permitían ver nada hacia delante. Yo venía caminando a ciegas y poco menos que con el piloto automático. Venía fumando un cigarrillo.

Al mismo tiempo, otro señor, también vestido de oscuro caminaba en sentido contrario, es decir desde Arucas hacia Visvique, traía zapatos con goma por debajo lo que le permitía no hacer ruido al caminar. El me veía a mí, pues aparte de traer las luces a su espalda, al yo traer el cigarrillo encendido, la brasa de cigarro me delataba. Yo a él ni le veía, (con las luces de frente y su traje oscuro era imposible) ni le oía, pues sus zapatos no hacían ruido al tener piso de goma.

En definitiva, por diversas circunstancias, el me veía a mi pero yo a él, ni imaginármelo. Pues a todas estas, imagínense vds. que cuando él llegó a mi altura, acercándose a mí, con una voz bronca y resonante, que en aquellos momentos me pareció de ultratumba, me dice: “¿Me da fuego, por favor?”. Yo quedé sobrecogido, un sentimiento de miedo y de terror recorrió mi cuerpo, los pelos de punta, el cuerpo sudoroso, los nervios a punto de estallar y... ¡estallaron!. Pegué un grito espeluznante, que lo tuvieron que oir en Teror: ¡¡¡Mamáááá!!! y con la misma eché a correr en dirección a Visvique.

El señor que me había pedido fuego, naturalmente no se esperaba mi reacción y también quedó atenazado y petrificado por la situación. Se asustó él también y al grito de ¡¡¡Mamááá!!!, más fuerte que el mío, echó a correr hacia Arucas.

La situación, ridícula y simpática al mismo tiempo, duró solo unos segundos, los suficientes para que los dos comprendiéramos lo ocurrido y de inmediato, él por una parte y yo por otra, los dos nos echamos a reír y vaya que si reímos, lo hicimos durante un buen rato y a mandíbula batiente. Hicimos algunos comentarios jocosos sobre el momento, le facilité el fuego, para su cigarro, que me había pedido, nos saludamos y a renglón seguido él continuó su ruta hacia Visvique y yo la mía hacia Arucas, una ruta que felizmente pude completar sano y salvo, pero que al cabo de un rato, cuando ya los nervios se habían “asentado”, cuando ya el cuerpo, repuesto del susto y de la situación vivida, volvía a coger su temperatura normal, una sensación de humedad y calor al mismo tiempo, empezaba a manifestarse por la zona de las entrepiernas, los muslos y las piernas hasta los mismísimos zapatos. 

Algo me dio a entender que, en el fragor de la situación vivida, con el susto y la carrera incluidos, sin que ni tan siquiera me hubiese dado cuenta, ¡me había meado en los calzones!, así mismo tal y como lo cuento.

 Armando Ramírez Sarmiento © 2004

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