jueves, 10 de mayo de 2012

La Urna


Hubo una costumbre muy arraigada en Arucas, sobre todo en los barrios y pagos limítrofes, que poco a poco se fue introduciendo en nuestra población hasta tomar el rango de tradición. También en la zona céntrica de Arucas se producía este hecho, aunque, como decimos, era más común en sus barrios.

Una costumbre o tradición, que estaba impregnada de la más ferviente de las devociones, no exenta de rigurosidad y cumplimiento casi cronométrico, por parte de todos los que en la misma participaban.

Era la ruta o itinerario de La Urna. La Urna era algo así como una especie de cajoncito rectangular, de aproximadamente unos 60 ó 70 centímetros de alto por unos 30 de ancho y otros tanto de fondo, en cuyo interior iba empotrada la imagen de una virgen, bien de la Virgen del Carmen, la Virgen de Fátima, la Virgen del Rosario u otra  cualquiera de las distintas advocaciones con que veneramos a la Madre de Dios.

Adornada con sus correspondientes flores, en lo alto de la caja o urna llevaba un asa, que servía para su transporte y su delantera estaba franqueada por un cristal, que le daba el aspecto de tabernáculo y, a los lados, flanqueada por unas puertas que se abrían para su contemplación y exposición o se cerraban para proceder a su transporte de un domicilio a otro.

En lo bajo de la caja-urna, a los pies de la imagen se encontraba una especie de hucha o cepillo, con su correspondiente ranura, a través de la cual se iban depositando las continuas aportaciones o limosnas que los feligreses a cuyos domicilios se trasladaba la imagen, iban aportando.

Cada fin de mes, la cofrade o celadora  encargada de la custodia y mantenimiento de la Urna, debía acudir a la iglesia, donde tras abrir la correspondiente hucha se procedía al vaciado de la misma y depositar en las arcas de la iglesia, la recaudación que durante el mes se había tenido, por aportaciones  de los feligreses.

Había confeccionada una lista, de tal forma que un día a una casa y otro día a otra, la Urna con la imagen de la Virgen, hacía su recorrido mensual, hasta que volvía nuevamente al principio y volver a recomenzar con la rutina de cada mes.

La Imagen iba a una casa determinada y los dueños de ésta tenían a la Virgen en su domicilio el día que les tocaba. Al día siguiente debían hacer entrega de la misma en el domicilio de la familia que les seguía en la lista y ésta a la siguiente y ésta a la otra y así, sucesivamente hasta que se completaba el ciclo.

La recepción de la Urna, llevaba aparejada, toda una parafernalia de actos, con que los residentes de cada domicilio acogían la llegada de la Virgen. Rezos, oraciones y plegarias, acompañaban la bienvenida al domicilio familiar, hechos que se repetían al día siguiente cuando se procedía a la  despedida.

Aunque normalmente se rezaba el rosario en familia, el día que tocaba tener la Urna con la Virgen, ese día no faltaba la pertinente y obligatoria reunión familiar para los correspondientes rezos y oraciones. El padre, la madre y todos los hermanos, así como algún vecino y otros familiares cercanos, se reunían junto a la Virgen para, todos juntos, llevar a  cabo los  rezos comunitarios.

Hubo alguna familia, tal era su devoción, que alguna que otra curación la achacaron a la intecesión de la Virgen, ante sus ruegos y plegarias.

En la casa de los Ruano (apellido que cambiamos adrede, por razones obvias), familia compuesta por seis miembros, padre, madre y cuatro hijos, uno de ellos, el más pequeño con apenas 4 años de edad, fue aquejado de una fuerte dolencia en la zona pectoral.

Los médicos que le habían atendido, le habían diagnosticado: unos, tos ferina; otros, bronquitis aguda y otros, ya  por último, decían que el niño lo que tenía era un evidente y más que claro “falso cruz”.

Lo cierto es que el niño estaba continuamente tosiendo y  a cada golpe de tos que daba, los pulmones se le cerraban y casi sin aire, el niño perdía totalmente la posibilidad de respirar, dando unos enormes “pugidos”, que desesperaban a todo aquel que estaba a su lado, ante la impotencia de no poder ayudarle y viendo cómo, poco  a poco, el niño se iba quedando morado por falta de oxígeno en sus pulmones.

A pesar de todos los cuidados y atenciones con que le mimaban, el niño iba cada vez  más a peor y las esperanzas de su curación, se iban extinguiendo.

Casualmente ese día, tocaba llegar la Virgen en su urna a la casa de los Ruano y tras las correspondientes oraciones de recepción, fue un día plagado de súplicas y ruegos a la virgencita visitante, ruegos y súplicas por parte de todos los miembros de la familia, incluido el Sr. Ruano, que no era muy dado a dichos menesteres religiosos.

No se sabe cómo, si fue por intercesión de la Virgen, si fue porque las medicinas habían hecho su efecto o cuál fue la razón verdadera, lo cierto es que a la mañana siguiente, el benjamín de la familia, débil y entenco hasta entonces, amaneció fresco y lozano como una rosa y del “falso cruz”, que le había tenido a mal traer, no quedaba ni rastro.

La despedida de la Virgen para ser llevada al domicilio siguiente, que le tocaba según lista, fue todo una apoteosis, entre rezos y oraciones, acompañados por las correspondientes lágrimas y el agradecimiento de todos los elementos familiares hacia la Señora que había tenido a bien mostrar su bondad, a través de la curación de aquél inocente chiquillo, que había servido de vehículo para una manifestación Mariana, gracias a la cual, el sentimiento de fe religiosa, se había posesionado y agrandado en aquella familia, incluido el Sr. Ruano, que, a partir de entonces, fue el más ferviente devoto de la Virgen y cada mes, con la llegada de la Urna, se le veían descolgar dos lágrimas de sus ya veteranos y cascados ojos, que, emigrantes y viajeras,  se deslizaban por sus mejillas abajo.

 Margarita Sarmiento Marrero © 2003

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