Tus antecesores, al igual que sus antecesores, con los
escasos medios técnicos con los que contaban, fueron capaces de crearme y darme vida con un alto sentido de belleza y
armonía, combinando en mis fachadas la piedra azul que venían extrayendo de las
entrañas de la tierra desde el s. XVIII,
según dejó dicho el ingeniero Miguel Hermosilla, todo ello como remate
de la planta que me enorgullece.
El enorme esfuerzo en la
extracción de la cantera, la maestría en su corte y labrado, eran el primer
impulso que les animaría para construir esta obra de arte que te acusa.
Adornaron mis entradas con
puertas de carpintería artesanal, labradas con verdaderas filigranas, como
queriendo dejar constancia al transeúnte del exquisito gusto del que moraba en
mi interior.
En mis ventanas y balcones
descubiertos, cuales ojos por los que cada día contemplo como transcurre la
historia, a modo de pestañas me colocaron un
hermoso antepecho de hierro macizo con ornamentos florales y pasamanos
de madera. Mi iris fue construido con ventanas de guillotina, en las más
antiguas, y de hojas acristaladas, dentro del más clásico estilo afrancesado,
las más recientes como yo, protegidas con cortaluces. Como pretendiendo
representar en ellos a mis cansados párpados. Mis cejas eran arcos escarzanos
construidos con piedra y rematados con los más diversos y bellos caprichos
florales, emulando un sinfín de heráldicas. En algunos casos, se esmeraban en
el diseño con influencias barrocas y platerescas. Otros muchos, simplemente
adintelados.
Soy un poema de la piedra: mis
franjas en mis medianeras, los marcos de mis vanos y las cornisas entre mis
forjados. El eclepticismo todo lo invade, con un acusado dominio del
neoclasicismo. Al igual que yo, mis coetáneos, somos el resultado de la
reedificación de Arucas en todo su tejido urbano, dejando atrás la vivienda
tradicional canaria, al socaire de la
bonanza económica y bajo la influencia de las corrientes culturales de
entonces.
Tus antecesores, todos a una como
en Fuenteovejuna, ejecutaron colectivamente - como laboran las abejas - obras faraónicas: la “Catedral”, la Heredad…
al igual que hiciera la iniciativa pública con las Casas Consistoriales, el
Mercado, el Parque de San Sebastián, las Escuelas Públicas, el Cementerio, etc.
El diecinueve, aún acabando en las primeras décadas del veinte, fue el “siglo
de oro” de Arucas.
Yo te acuso hombre, porque unas
veces queriendo y otras sin querer, menosprecias mi valor.
Yo te acuso de no mirarme, de no
contemplarme. Por no experimentar alguna policromía en mi cara. Por no luchar
por la peatonalización de mis calles, para que tu y los demás humanos disfruten
de mis contornos, de mis coqueterías.
Yo te acuso por no denunciar la
infinita cantidad de tendidos y cables con que los que me enredan, como si me
amarraran por haber cometido algún delito. Sin derecho ni tan siquiera, al
tercer grado. Por no demandar la restitución del pavimento adoquinado de mis
calles. Por no levantar tu voz a favor de la reedificación del desaparecido
Parque de San Sebastián..
No te exime de tu culpa la
carencia de los dineros. Siempre lo habrá en la Europa de los pueblos.
Yo te acuso hombre, por el
desamor que me das. Porque unas veces queriendo y otras sin querer, poco a
poco, me vas quitando la
vida. La tuya y la mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario