miércoles, 2 de mayo de 2012

Yo te acuso hombre


Tus antecesores, al igual que sus antecesores, con los escasos medios técnicos con los que contaban, fueron capaces de crearme  y darme vida con un alto sentido de belleza y armonía, combinando en mis fachadas la piedra azul que venían extrayendo de las entrañas de la tierra desde el s. XVIII,  según dejó dicho el ingeniero Miguel Hermosilla, todo ello como remate de la planta que me enorgullece.

El enorme esfuerzo en la extracción de la cantera, la maestría en su corte y labrado, eran el primer impulso que les animaría para construir esta obra de arte que te acusa.

Adornaron mis entradas con puertas de carpintería artesanal, labradas con verdaderas filigranas, como queriendo dejar constancia al transeúnte del exquisito gusto del que moraba en mi interior.

En mis ventanas y balcones descubiertos, cuales ojos por los que cada día contemplo como transcurre la historia, a modo de pestañas me colocaron un  hermoso antepecho de hierro macizo con ornamentos florales y pasamanos de madera. Mi iris fue construido con ventanas de guillotina, en las más antiguas, y de hojas acristaladas, dentro del más clásico estilo afrancesado, las más recientes como yo, protegidas con cortaluces. Como pretendiendo representar en ellos a mis cansados párpados. Mis cejas eran arcos escarzanos construidos con piedra y rematados con los más diversos y bellos caprichos florales, emulando un sinfín de heráldicas. En algunos casos, se esmeraban en el diseño con influencias barrocas y platerescas. Otros muchos, simplemente adintelados.

Al final coronaban mi cubierta  con un antepecho balaustrado, frontones y macetones.

Soy un poema de la piedra: mis franjas en mis medianeras, los marcos de mis vanos y las cornisas entre mis forjados. El eclepticismo todo lo invade, con un acusado dominio del neoclasicismo. Al igual que yo, mis coetáneos, somos el resultado de la reedificación de Arucas en todo su tejido urbano, dejando atrás la vivienda tradicional canaria,  al socaire de la bonanza económica y bajo la influencia de las corrientes culturales de entonces.

Tus antecesores, todos a una como en Fuenteovejuna, ejecutaron colectivamente - como laboran las abejas - obras faraónicas: la “Catedral”, la Heredad… al igual que hiciera la iniciativa pública con las Casas Consistoriales, el Mercado, el Parque de San Sebastián, las Escuelas Públicas, el Cementerio, etc. El diecinueve, aún acabando en las primeras décadas del veinte, fue el “siglo de oro” de Arucas.

Yo te acuso hombre, porque unas veces queriendo y otras sin querer, menosprecias mi valor.

Yo te acuso de no mirarme, de no contemplarme. Por no experimentar alguna policromía en mi cara. Por no luchar por la peatonalización de mis calles, para que tu y los demás humanos disfruten de mis contornos, de mis coqueterías.

Yo te acuso por no denunciar la infinita cantidad de tendidos y cables con que los que me enredan, como si me amarraran por haber cometido algún delito. Sin derecho ni tan siquiera, al tercer grado. Por no demandar la restitución del pavimento adoquinado de mis calles. Por no levantar tu voz a favor de la reedificación del desaparecido Parque de San Sebastián..

No te exime de tu culpa la carencia de los dineros. Siempre lo habrá en la Europa de los pueblos.

Yo te acuso hombre, por el desamor que me das. Porque unas veces queriendo y otras sin querer, poco a poco, me vas quitando la vida. La tuya y la mía.


Humberto Pérez Hidalgo © 2000

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